En diciembre del año pasado se publicó Natura. Las derivas históricas (Universidad Nacional de Quilmes Editorial, 2016), el último libro de Pablo Cappana. El texto construye una imagen de la historia de las ideas en Occidente, desde una perspectiva ensayística y que tiene como fondo la pregunta por la ética, en torno a nuestra manera de habitar el mundo hoy.

“Desde cierto punto de vista,

sin embargo,

el cuenco no tenía nada de común. En él dormitaba Dios.”

“Valis”, Philip Dick

I

Natura. Las derivas históricas propone un enfoque de largo alcance para enmarcar procesos de surgimiento y agotamiento de tradiciones y cosmovisiones. Una de las hipótesis del desarrollo es la existencia de cuatro matrices espirituales que animaron distintas formas de relación entre los hombres, la Naturaleza y Dios. Se trata de Physis, Ktisis, Allogens y Anthropos. Capanna no señala una progresión lineal sino la presencia de las cuatro matrices a lo largo de toda nuestra era, como si fuesen placas tectónicas que se superponen, se empujan y separan. Podríamos decir que es una versión geológica de la teoría del iceberg –siempre y cuando Capanna nos perdone asociarlo con la literatura.

Al hablar de physis, Cappana se refiere a “la naturaleza de los griegos”. Esta línea sostiene que, en tiempos de la Grecia Antigua, “Lo único eterno era la naturaleza creadora. Physis era la madre de los hombres y también de los dioses. Era la fuerza que estaba detrás de la cosmogonía (la génesis del cosmos) y la teogonía, el linaje de los dioses. El orden que se reflejaba en el kosmos era expresión de la sabiduría de Physis. ” (Natura: 34) La concepción del origen para Physis es la de una  doble génesis de dos órdenes que coexisten: la vida de los hombres y la vida de los dioses, entrelazadas. Esta tradición, dice Capanna, se puede encontrar en el discurso ecologista y en algunas conceptualizaciones sobre la sustentabilidad, críticas de la industrialización que arrasa con el medio ambiente, o sea, que al dañar una de las dos dimensiones –la de los dioses, en tanto la naturaleza, para Physis, tiene una procedencia divina– amenaza, a la vez, la de los hombres.

Por otra parte, Ktisis es la perspectiva bíblica, la versión hebrea de la creación del mundo en manos de un Dios trascendente. “Israel había hecho alianza con Dios, no con la naturaleza. La identidad del hebreo estaba en la Biblia, que era la narración de sus encuentros y desencuentros con Dios. Su visión de la historia era una genealogía, donde más que el origen del mundo importaba el linaje de los pueblos.” (38) Según Capanna, la tensión entre el mundo griego (Physis) y el mundo hebreo (Ktisis) entró en la modernidad de la mano del cristianismo.

No obstante, en paralelo al mundo de las instituciones y las universidades, donde se debatían los dogmas vinculados al cristianismo, se puede rastrear el avance de Physis entre los alquimistas y en el mundo árabe, sabios que reivindicaban la experimentación y el conocimiento de la naturaleza a través de un acercamiento empírico. Esta línea sería retomada por Newton y Darwin en la antesala de una cosmovisión que afirmaría la “abstracta ‘naturaleza’ de la ciencia moderna”.

Una tercera matriz la reconoce en “la ajenidad gnóstica”, Allogens. Capanna caracteriza esta cosmovisión como una actitud de nihilismo y rechazo hacia el mundo físico. Sitúa su origen en el multiculturalismo y la intersección de religiones y pueblos a finales de la Antigüedad, era de transición y por lo tanto de movimientos. “Fue en este clima cultural –dice– donde crecieron el gnosticismo y el hermetismo. Las masas anómicas a quienes la globalización imperial había privado de identidad, sentían que la ley (así fuera la ley natural como la ley moral) les era ajena. Descreían de las élites ilustradas y ansiaban un saber de salvación que estuviera al alcance de todos.” (41) La figura prototípica de Allogens era el extranjero: “quien no reconoce el mundo en que habita” y además, refuerza Capanna, lo desprecia.  Bajo esta matriz espiritual ubica una variada serie de religiones, hermandades, comunidades y sectas que se constituyeron en función de un saber y un conocimiento particular del hombre, aún cuando reconocieran como instancia originaria, anterior incluso al dios de la tradición hebrea, a un ser oculto, secreto, el demiurgo creador de todo lo que es. Según Cappana: “En los mitos gnósticos, herméticos y maniqueos también existe la figura del Hombre Primordial (Arjanthropos). Es el modelo arquetípico de la humanidad, anterior a la Creación.” (45) Por lo tanto, para allogens el mundo que vivimos y percibimos es falso y nos mantiene engañados. La gnosis permite salir de ese estado de confusión y entrar en contacto con el demiurgo, el ser que explica la existencia del hombre. Según Capanna, esa distancia entre una minoría iluminada y el resto de la población ha estado implícita en los totalitarismos del siglo XX.

Con Anthropos identifica a los herméticos como una familia espiritual distinta de los gnósticos: “el pensamiento hermético reivindicaba su origen egipcio y era en general ajeno al universo bíblico”; “Podía oscilar entre el panteísmo y el teísmo, pero siempre tenía al hombre como protagonista”. (48) Se atribuye esta línea de pensamiento al sabio Hermes Trismegistro. Los textos que se le atribuyen integran el Corpus Hermeticum. Capanna señala diferencias entre gnósticos y herméticos en cuanto a la perspectiva del mundo físico, de Dios y el lugar del hombre: “A diferencia de los alogénicos que ven en el mundo condenado a la corrupción, los herméticos alaban su armonía.” El hermetismo también estuvo presente desde la Antigüedad, con el neoplatonismo de Proclo. Posteriormente, se convertiría en la matriz del humanismo en la modernidad.

Estas vertientes cosmogónicas conforman las cuatro cabezas del monstruo y el milagro de nuestra historia desde la Grecia antigua hasta la actualidad. Es ya un punto destacable, en plan de reconstruir una línea histórica de la relación entre los hombres y la naturaleza, que se haya incluido otras tradiciones y personalidades además de la estructura que comparten las versiones más conocidas de la historia de Occidente. El relato de Capanna incluye todo tipo de sectas y hermandades –gnósticos, cainitas, herméticos, rosacruces, etcétera– sociedades universales, secretas, perversas, filantrópicas. Al mismo tiempo señala los efectos de hitos científicos, inventos y catástrofes naturales en la serie que conocemos como modernidad. No considera las cosmovisiones de las culturas precolombinas, y oriente es traído en la medida que occidente lo pide; no obstante, es como pasar de una coupé a un sedan, se aprecia más lentamente y mejor el paisaje.

 

II

Natura es un ensayo movedizo, fundamentado, con momentos periodísticos en los que se sugieren celos, alianzas, intentos, discordias, con algo de magazine y de la paranoia de las novelas de Pynchon. También tiene lapsos de viaje en taxi en los que la cabeza de una celebridad puede rodar ante el diario del lunes. No se trata de una mirada neutral. Capanna critica a los autores y movimientos que no son válidos desde el punto de vista científico, cuestiona duramente las inconsistencias e incoherencias, trata a los escritores como personalidades con poder para incidir en las creencias y modas, por eso mismo, discute con todos los que no se ciñen a los métodos científicos para probar sus afirmaciones.

Capanna no está dispuesto a tolerar ni dejar pasar la estupidez ni las avivadas, la caída –desde su perspectiva– en falsas verdades, en simulacros. Se indigna, por ejemplo, ante el mal uso y el desconocimiento de nociones que normalmente ubicamos en las ciencias exactas. Para este tipo de retos retoma el libro de Bricmon y Sokal, en el que los autores corrigen y “desnudan” las artimañas de escritores posmodernos, en sus intentos de hacer resonar materiales de distinta naturaleza.

El problema de Natura es que, con esa postura, critica y desacredita los intentos más interesantes de los últimos tiempos que intentaron pensar las calamidades y problemas resultantes de la expansión de la modernidad  y el capitalismo a nivel planetario, sea desde el punto de vista objetivo y geográfico, como desde el punto de vista de los procesos de subjetivación.

Si bien, por un lado, señala correctamente la disolución del humanismo (Antrophos), como ideología y trasfondo de una arquitectura internacional de leyes y contratos, por otra parte no acepta las formas de expresión (sea por la vía de la filosofía, de prácticas orientadas a fortalecer y crear vínculos comunitarios) que se enfrentan al sistema. Finalmente, su preocupación por la ciencia y por evitar que cualquier simulacro ocupe su lugar, lo ubica como un preceptor de las instituciones modernas y de la reproducción del sistema que él mismo discute.

Capanna entrevé con aprobación el advenimiento, en un futuro cercano, de un encuentro entre Physis y Ktisis, como una dupla entre conocimiento de las leyes del mundo y retorno de una autoridad capaz de imponer respeto y hacer entender a los hombres su verdadero tamaño, en un plano que supera por millones la edad de sus mejores ejemplares. Para decirlo de otra manera, Newton sería un millón de veces más grande y necesario que Nietzsche[1]. De hecho, hacia el final del libro es notorio que Capanna quiere mandar a todos los filósofos a laburar, a descubrir algo importante, un nuevo elemento en la tabla periódica o a generar una nueva estadística de eyaculación entre los pueblos del norte de Japón.

Natura no pasa como uno más. Capanna pega como el Halcón en un partido por el ascenso. Se lo escucha conversar y putear como si enfrente tuviera a Amacaballo Fat en alguna escena de Valis (Philip Dick), y quisiera hacer entrar en razón a la Sociedad Rhipidon, al menos en una razón que alivie a un mundo que revienta de filas, embotellamientos, promesas electorales, las típicas tribulaciones del conurbano. Cappana nació en Florencia, Italia, pero vive desde hace años en José C. Paz, conoce el palo. Quizá por eso espera de un texto la validez de un avance tecnológico que en lugar de diferenciar, iguale, y en lugar de ilusionar, extienda los límites de experiencia para toda una población. En este sentido, es difícil no estar de acuerdo.

[1] Contrariamente a lo que sostiene Fernando Pessoa, que Milton es cien veces más grande que Henri Ford, en el tren a la vuelta del trabajo.

 

Por Javier Yanantuoni, Colectivo Contramar