Desertificación. El proceso. (Sobre la noción de mito y sus alcances.)

Existe una palabra común a ambos procesos de apertura del territorio: en Argentina se habla de desierto, en Brasil de sertão (o de sertões). Una categoría geográfica, una noción de las ciencias naturales, es a la vez una clave de la HNI, que permite comprender esa conquista de la mente, esa colonización del vínculo con la naturaleza.
Ya hemos trabajado en otra parte sobre la noción de desierto en la identidad patagónica. La noción de desierto toma allí la forma de un mito, recortando y cartografiando un territorio para unas territorializaciones determinadas. En el mismo movimiento de reconocer la operación mítica, apuntamos a desmitificar ese territorio: “La Conquista del Desierto dio un nombre, y en ese movimiento creó una identidad para un territorio. Dos dimensiones me parecen importantes en esa identidad desertificada: lo vacío, por un lado, y lo imposible de llenar, por el otro. Un desierto es un territorio deshabitado e inhabitable. (…) Las campañas anteriores, centradas en el control y el corrimiento de la frontera interna, son la prueba de que el territorio a conquistar no estaba vacío. La presencia del indio vivida como amenaza, y la guerra al malón como respuesta y primera forma de interacción dan cuenta de la inconsistencia de la dimensión de lo vacío. (…) La segunda dimensión, de lo inhabitable, que hace foco en la inclemencia del clima patagónico y llena nuestras imágenes de viento, frío y hielo, puede relativizarse también. Susana Bandieri apunta que la totalización del espacio patagónico bajo el signo del desierto supuso una negación de los modos de vida cordilleranos en beneficio de los de la costa atlántica, en un devenir complejo que mezcla cuestiones productivas y políticas, de soberanía y de dominación racial.”. (http://www.bigsur.com.ar/nota/el-desierto-no-esta-bueno-porque-no-existe).
Si bien veremos que el trasfondo es el mismo, la operación de mitificación en el caso brasilero es mucho más compleja, y nos lleva al borde mismo de la función del mito. La noción de sertão ha sido ampliamente trabajada en la historiografía brasilera, en particular en la interesada en reconstruir los sentidos de la conquista del centro y el oeste. En este sentido son muy interesantes los trabajos de Luiza Volpato retomando de forma crítica todo el campo de trabajos sobre la conquista del oeste (desde el clásico “Expansão geografica do Brasil colonial”, de Basilio Magalhães, hasta los abordajes desde Cambridge de David M. Davidson en “How the brazilian west was won”), como los más enfocados en los pueblos originarios de Thereza Martha Presotti Borges, que a su vez se apoyan sobre las conceptualizaciones de Janaína Amado en “Região, Sertão, Nação”. Podemos decir con ellas que el sertão, en el Brasil colonial, era todo lo que estuviese fuera de los límites habitados por los blancos. La palabra quiere decir literalmente “gran desierto” o “desiertazo”, y se origina probablemente en los primeros tiempos de la colonización, cuando los dos estados creados entonces (ambos litoraleños: Maranhao, en el norte, y Brasil, en el este) estaban separados por un área dominada por paisajes áridos o semiáridos, también conocida como caatinga y que se extiende por la mayor parte de los hoy estados del nordeste brasilero. La extensión del término a los territorios inexplorados del centro, sur y oeste brasilero es obviamente inexacta en términos geográficos, y toma la misma forma que el “error de concepto” que analizamos respecto de la idea de desierto en la conquista argentina: nombra un territorio como vacío e inhabitable para justificar su vaciamiento y apropiación.
Sin embargo, es el origen mismo de la palabra y de la idea de sertão lo que hincha el mito. Los sertões del sur se confunden con los del norte, y lo que se enlaza allí son modos de vida. El modo de vida del sertão es una de las heridas más vivas en la cultura brasilera. Las migraciones de los habitantes de esas tierras hacia el sur, empujados por la seca y los poderes que daban forma a su miseria conformaron la masa productiva del Brasil más rico. “Llegarían a una tierra desconocida y civilizada, y quedarían presos en ella. Y el sertão continuaría mandando gente hacia allá.”, escribió Graciliano Ramos. ¿Qué tienen que ver los personajes de Vidas Secas con los bandeirantes del siglo XVIII o con los protagonistas de las expediciones que derivaron en la Marcha hacia el Oeste? ¿Acaso no fueron los unos a trabajar para los herederos de otros? Allí se concentra la operación mítica más fuerte: el sertão como herida engrandece a los que lo hieren, y promueve el olvido de los heridos.
Y al mismo tiempo, tanto en el libro de Graciliano Ramos, como en “Os Sertões” de Euclides da Cunha o como en el film de Glauber Rocha “Dios y el Diablo en la Tierra del Sol”, aparece ese borde de la noción de mito a la que nos referíamos más arriba. Son narrativas centrales en la historia de la cultura brasilera, que permiten una aproximación a y una denuncia sobre las condiciones de vida en el sertão; pero, ¿acaso no colaboran en la construcción del mito? ¿Acaso no fortalecen la operación que mama de sus formas de exposición de la herida para abonar su operatoria de entrocamento y velamiento? A esto nos referimos con el borde de la noción de mito: un territorio en el que esa noción ya no es efectiva.
Dentro del propio clásico de Euclides da Cunha encontramos pistas para seguir adelante. Si la denuncia que supone la develación de una operación de mitificación no alcanza para explicar los alcances de la operatoria de producción de un sentido a través de la nominación de un territorio como desierto, volver al proceso nos puede ayudar a comprenderlo. En esta dirección nos lleva Da Cunha con dos apartados de la Parte Primera de Os Sertões. En esa primera sección del libro, “La Tierra”, el autor pormenoriza en descripciones geológicas, botánicas, hidrográficas y climatológicas del sertão nordestino, avanzando hacia lo que en una segunda parte (“El Hombre”) aparecerá como un intento de comprender los determinantes del medio físico en el carácter de la población nordestina. En ese tren, el autor sorprende con dos subtítulos intrigantes: Cómo se hace un desierto, y Cómo se extingue un desierto. Si bien el autor divaga un poco alrededor de soluciones europeas, el foco es preciso en tres puntos: la creación del desierto aparece como un proceso; en ese proceso el responsable primordial es el hombre, agente destructor; y a la vez ese proceso aparece como reversible, justamente por la modificiación de los hábitos del hombre en su relación con el ambiente.
Lo que aparece como un nuevo centro de gravedad de la HNI no es entonces la operación mitificadora por la cual ciertos sentidos son impuestos a un territorio, sino el propio proceso que se opera sobre el territorio. La idea de desertificación nos recuerda que no se trata de una disputa de sentidos sino de un problema de índole física. Cuando más arriba hablamos de cartografía y territorializaciones apuntamos a ese tipo de procesos materiales. Son procesos que se hacen visibles en palabras, en modos de nominación, pero que son a la vez materiales. Cuando hablamos de vaciamiento del territorio como un modo de la desertificación estamos nombrando de un proceso que implicó barrer del mapa las civilizaciones que habitaban el territorio con carabinas, cruces y grilletes; son esas prácticas las que configuran la idea de desierto.
La apertura del territorio se sigue de su apropiación, y es el origen del latifundio en nuestros países. Es, a su vez, el origen de un modo de producción -la ganadería extensiva- que transformará para siempre la fisonomía de esos territorios y abrirá la puerta a la práctica de la agricultura extensiva y la consolidación de un esquema extractivo que hoy en día denominamos agronegocio e involucra complejidades de orden biotecnológico y transnacional.
Y sin embargo, como veíamos en los sugestivos títulos de Euclides da Cunha, es un proceso reversible. La contracara del latifundio no es hoy tanto la reforma agraria como el reemplazo de la idea de propiedad de la tierra por la de uso. La primera supone una consigna, apela a una serie de sentidos ya asentados en la memoria colectiva en torno a un sueño y su imposibilidad, mientras que la segunda recupera una práctica y la pone en juego como resistencia. La alternativa al esquema extractivista del agronegocio también está en una práctica que recupera y construye saberes desde un modo distinto de relación con la naturaleza. Se trata de la agroecología y las prácticas de producción sustentable, que están siendo desarrolladas e investigadas por todos los movimientos de resistencia campesina. Aquí y allá vemos abrirse otras relaciones entre los hombres y de los hombres con el medioambiente. Y en esas otras relaciones vemos resurgir aquella perspectiva que la HNI creyó eliminar.