1. Naturalismo e imperialismo: Historia Natural del Imperio

Habría una Historia Natural del Imperio (HNI) que formó y forma el vínculo de los latinoamericanos con la naturaleza, en un proceso que se extiende desde el “descubrimiento” y colonización hasta nuestros días, y que ha crecido al calor de las violencias y apropiaciones, justificando y legitimando el continuo saqueo, el ciclo interminable de explotación extractiva, de genocidio, sumisión y empobrecimiento de nuestras poblaciones, de sangrienta represión de toda alternativa a un modelo productivo que sigue llenando las arcas de un Imperio mutante.
 Como todo discurso de poder, la HNI es localizable en diversos procesos, atravesada por múltiples discursos y encarnada en una variedad de sujetos, prácticas e instituciones que ella misma produce, a veces en flagrante contradicción. Con el apelativo Imperial, Imperialista o del Imperio nos referimos indistintamente a su rol central en el éxito de la conquista y apropiación del territorio latinoamericano, en la producción de una sociedad colonizada, en la eternización del yugo imperial sobre nuestros pueblos. Como si, junto con la sangre y el fuego, hubiera sido esta colonización del vínculo con la naturaleza lo que garantizó la continuidad de la dominación imperial aún en los momentos más críticos o en los cambios de regencia -de los países ibéricos a Inglaterra y de la pequeña y malvada potencia ultramarina al reino de la libertad, los Estados Unidos de América.

Uno de los procesos en los que la HNI cabalgó junto con otros sistemas de saber/poder fue la apertura del territorio, que tiene en los viajeros naturalistas su sujeto capital. La Patagonia argentina y el centro-oeste brasilero fueron escenarios predilectos para un modo particular de apertura territorial, determinado por las grandes distancias y los numerosos mitos que perseguían estos viajeros que se internaban en aventuras riesgosas haciendo un reconocimiento del terreno que en general servía para establecer cartas geográficas (mapas provisorios) y localizar riquezas explotables. Mary Louis Pratt -en “Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación”- focaliza sobre el trabajo de avanzada que realizaban los viajeros naturalistas para las coronas europeas y la vinculación económica y estratégica que los unía a ellas, en una voluntad protocientífica que envuelve el acto de apropiación. El colombiano Mauricio Nieto investiga esta ligazón puntualmente en la explotación del conocimiento medicinal de los habitantes de nuestras tierras en “Remedios para el Imperio: Historia Natural y la apropiación del Nuevo Mundo”. Estos autores nos ayudan a focalizar el rol de los naturalistas y de la historia natural como cuerpo de saber.

La figura del naturalista concentra la operación ideológica que encubre de un interés impoluto las intenciones de explotación, esto es, disfraza de amor por la naturaleza lo que en realidad es avidez por la riqueza. 
Para comprender esa supuesta inversión podemos interrogar otras figuras cercanas en estos sentidos al naturalista europeo de los siglos XV a XIX: los navegantes del mismo periodo y los pioneros de la fiebre del oro norteamericana. ¿Era el placer por la vida marítima o silvestre lo que los movía, como cierta literatura se esfuerza en destacar? ¿O el afán de fama y riqueza? Tanto en estos como en los naturalistas se trata de un falso problema, pues ambas cosas coexisten: no habría posibilidad de placer sin promesa de riqueza; en todo caso, se trata de la apertura de un campo de experiencia bajo determinadas reglas. En el caso de los naturalistas europeos esas condiciones tienen que ver con una forma de concebir la naturaleza, que envuelve un modo de relacionarse con ella. En esas reglas, en esas condiciones, encontramos entonces las bases de la HNI: nada menos que las reglas generales que moldearon el saqueo.

Un principio fundamental entre ellas es la separación del hombre de la naturaleza, escisión que apunta a la del par naturaleza/cultura que se desarrolla en paralelo en las nacientes ciencias sociales, en un devenir conjunto que se nutre de argumentos en lucha entre sí, como son los científicos (relación entre el hombre y las bestias) y los religiosos (relación entre el hombre y dios). Esa separación permite las relaciones de propiedad y dominio del hombre sobre la naturaleza que configuran un segundo principio de la HNI, abriendo las puertas a la explotación destructiva. A partir de esos principios se configura el amor del naturalista por la vida silvestre, por la naturaleza: amor por lo que puede poseer, amor por lo que puede matar. (Un abordaje interesante sobre ese amor se puede realizar partiendo del planteo del ecofeminismo sobre las relaciones entre patriarcado y vejación de la naturaleza).

Bajo esos mismos principios será concebido el principal sujeto de resistencia a la HNI: el indio, el poblador original y legítimo de la tierra. Es a partir de la negación de la condición humana del indio y su integración con lo natural que se abren los procesos de exterminación, esclavización y evangelización de los habitantes originarios del territorio latinoamericano. En esos procesos entran en juego tres sujetos que vinculan la HNI con otros complejos de saber y poder: los militares, las elites criollas y los sacerdotes católicos. La inclusión de estos últimos y del proceso de evangelización junto a los de exterminación y esclavización tiene que ver con su capital importancia para el desarrollo de un nuevo vínculo hombre-naturaleza, mediado por las necesidades imperiales. En este sentido, si bien el rol de los curas en la conquista en relación con el indio varió entre la protección piadosa ante la cruel violencia criolla (a partir de la idea de salvación) y el compartir cabalgaduras con militares genocidas (en la clásica alianza de la espada y la biblia), en el proceso que nos ocupa el resultado es el mismo: la censura y muerte -previa  expropiación de los saberes útiles- de las costumbres que constituían la base de la relación hombre-naturaleza para esos pueblos.

La conquista del sur y centro brasileros, con tintes bárbaros y protagonismo de las elites criollas, supuso resquebrajamientos y enfrentamientos en lo que de modo alguno se presentaba como un bloque homogéneo de poder. Los bandeirantes paulistas -bandas civiles armadas que se ocuparon de abrir el territorio para la corona portuguesa- asolaban las comunidades indígenas robando sus riquezas, violando a las mujeres con el fin de promover la desaparición de esos pueblos mediante el mestizaje, apresando a los hombres para esclavizarlos en tareas agrícolas y mineras. No distinguían entre las aldeas propiamente indígenas y las organizadas católicamente por los misioneros jesuitas. Estos últimos llevaban sus quejas a las autoridades imperiales, que a la vez que intentaban moralizar el accionar de los criollos los lanzaban hacia esas búsquedas de riquezas. El complejo proceso de apertura del territorio brasilero, que más tarde sería sellado en la Marcha hacia el Oeste, se construyó sobre la base de esos hombres que buena parte de las sociedades que hoy ocupan ese territorio consideran héroes. En el hecho de que esa crueldad, ese barbarismo, pueda aún hoy ser enaltecido y honrado se reconoce el poder de la HNI.
En Argentina el exterminio fue encabezado por el Estado Nacional, con sucesivas y sangrientas campañas militares que dieron forma a un genocidio. Las narraciones de un militar retirado que participó de esas campañas (ver Manuel Prado, “Cuadros de la guerra de frontera”) expresan lo que más arriba señalábamos respecto al indio. El autor se muestra sorprendido ante la valentía y la elegancia de la estrategia militar desplegada por los nativos, y expresa el conflicto que eso genera en las filas militares: “esos indios sí eran hombres, no meros salvajes”. Curioso: la guerra como instancia de reconocimiento.

En ambos casos se impone una misma perspectiva espacial. La flecha este-oeste domina la perspectiva espacial de la HNI, de forma que el sentido de la penetración imperial en el continente aparece como una reverberación del movimiento hacia el oeste de los conquistadores europeos. Yendo en busca del sol, en este atardecer, te vives quemando; hombre que mira al sol, te vives quemando. Un destino de muerte se abrió en ese movimiento, un destino estúpido e inevitable como cualquier maleficio: sangre quemada al sol abonó la tierra apropiada en la que crecieron los granos del imperio. Embriagada en esa sangre, la HNI supuso ganada la batalla contra su principal adversario en términos de saber/poder: la cosmovisión de la gente de la tierra, su vínculo integral y místico con la naturaleza. Y sin embargo, la potencia de cada una de esas formas de ver el mundo sólo se mide por sí misma. Vamos como ícaros marchando tras un sol en permanente caída, los preceptos de la HNI nos incineran una y otra vez. Del otro lado, algo pervive y crece en la conexión entre todos los territorios que forman nuestra América. Más arriba usamos la palabra “cosmovisión” porque nos permite dar una idea de lo holístico de la relación entre el hombre y el medio que lo rodea y cobija que se sostiene en esos modos de vida. Relación de pertenencia, no de propiedad. Misticismo, no cientificismo. Protección, no destrucción.