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Por Javier Yanantuoni – 24 Sep, 2020


Fantasmas es un momento de la obra de Analía Giordanino en el que ella hace un pasaje. Si se quiere, de su escritura íntima, privada, de un cuarto, a la escena pública. Casi todos forman parte de una serie de relatos que fueron reconocidos en la categoría Inéditos del premio Greca, en 2007. El jurado del certamen estaba integrado por las escritoras Graciela Pacher, Sonnia De Monte y Hebe Uhart.

Hay entre el contenido de los relatos y ese momento biográfico cierta resonancia. Se pueden considerar relatos de iniciación, pasajes completos o frustrados, ingresos a un nuevo código, acercamientos a alguna cosa desconocida, un nuevo saber (“Iniciación”, “Los ojos”, “Otro día perfecto”). Aparece tanto en los temas como en los recursos. Del uso del pasado perfecto compuesto y de formas sobre literaturizadas a las expresiones orales súper situadas y por eso ambiguas. Y luego en un último giro más limpio, más dominado en “Un animal enloquecido al lado nuestro”. Es un pasaje desde el tiempo indefinido de la vida íntima al de las situaciones.

No es que se trate de un vínculo necesario entre el contenido y el contexto. No existe ese enlace. La nuestra es una lectura de esa resonancia, esa música. Fantasmas funciona como un primer disco, donde la herencia no acaba de morir y lo nuevo se insinúa. La exploración no está del todo controlada y se perciben la púa del bajo y el falsete. Los olores del cuarto cerrado empezaron a mutar y las oraciones tienen como la consigna tácita de arañar el empapelado y tumbar las paredes. Los primeros discos están poblados de los golpes de los vecinos. Y ésta es parte de su acción política, hacerse un lugar aun cuando parezca que ya estaban todos los lugares asignados o peor aún, cuando los lugares se habían rematado tras una falsa convocatoria como la que le gusta hacer al neoliberalismo. Se nota también que el fondo de estas historias es la debacle del 2001.

Los relatos de iniciación se reconocen en dos o tres características: el ingreso del neófito a un nuevo código, a un nuevo saber, a una sociedad. Ese paso implica una transformación, pruebas de valor, enfrentar peligros. Hay consejeros, cancerberos, madrinas, que son quienes saben. El lector atiende más a la secuencia del trance, al resultado general que a lo que tiene el neófito para presentar en el nuevo escenario porque en la mayoría de los casos el nuevo es un cachorro, un avatar que dará paso a un integrante más de la comunidad. En este punto Fantasmas muestra su resistencia, su transa. Visitar cementerios es un ritual, “Lo heredo de mis tías viejas” dice la narradora indolente en “Guía para cementerios”. Acaba de morir su enamorado. El mundo moderno tiene sólo un consejo para esta amante: olvidalo.  Oculto en su abrigo, Fantasmas hace pasar un componente desconocido. Que nunca se aclarará y ya no nos dejará dormir. Encanuta almas. Y no en el sentido religioso, doctrinario, sino como algo que escondido en la lógica de los hechos más básicos (de lo contrario, por qué una simetría genera desconfianza y cierto temor) se opone a una efectuación total, a una muerte sin más. El no-saber que pulveriza los contornos de “La casa de los ojos despiertos” y que nunca se apagará. Incluso el cuello flácido pero patinoso y resistente de la tortuga que no cede fácil ante el hacha de Ana.

Se trata de iniciaciones que nunca llegan a consumarse, iniciaciones indefinidas, la transa es permanente. En lugar de adoptar enfoques cíclicos, abarcables, estos relatos no acaban de consumarse, como si una línea que es tironeada desde otro lado les impidiera agotar la acción de la que hablan. Nunca se menciona esto en los textos, por lo tanto no existe, al menos no existe por fuera del jugueteo que anima las historias, pero tira: aprendizajes, una nueva mirada, alianzas, un amor.

Nos gusta ver los relatos de Fantasmas, en su re-edición, como narraciones de un proceso en curso, de un pasaje que no termina de realizarse y no porque les falte algo, sino porque el juego de cámaras del que Giordanino habla en “Una muerte para pablo”, donde “maduraran las sustancias del terror para darse cuenta de los roles”, no deja de multiplicar las versiones. En efecto, a estos nuevos originales no los mueve un ánimo de repetición ni reescritura de todo lo anterior, sino los tambores que agitan un cuerpo en un camping, en una esquina, en una peluquería del conurbano.

Músicas para maridar letras

Canción: Verne

Artistas: Fer Callero, Aníbal Chico Ruiz y Analía Giordanino, en el Festipoet de 2008. Centro Cultural Social Estación Esperanza, Rafaela, Santa Fe.

In memoriam de Fernando Callero