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Por Dino Dilhos – 3 Jun, 2020


Hace unos días leí una entrevista a un cantante de una banda indie en dónde decía que lo que lo conmovía en el arte era aquello que sucedía en paralelo a la cotidianeidad. Me digo esto a mí mismo, creo, para no sentir culpa por ponerme a escribir sobre algo que no tenga que ver con la cuarentena, con las revueltas que suceden en el mundo, con el racismo, con el capitalismo, con los cinco años del primer ni una menos, y con lo que en general requiere, y a veces colapsa, nuestra atención en el día a día. Y sin embargo, tal vez tenga todo que ver. Necesitamos protegernos de la realidad, y esa protección implica atacarla por otros medios. Atacar sin pretender atacar, entrar a la realidad sin buscar hacerlo, como si dijésemos “sin querer queriendo”. 

Hace unas semanas me hicieron un regalo. Me regalaron un poema de un autor del que nada conocía y del que nada conozco, el poema se llama Los tres mal amados (1943), y el autor es João Cabral de Melo Neto, brasileño y muy conocido según lo poco que googlé de él. Las primeras palabras que articulé, luego de las sensaciones que me despertó, fueron: es un poema sobre amor, canibalismo y libertad. La palabra canibalismo me cayó arbitrariamente y no me la pude explicar demasiado. En todo caso, no importa. Luego se me aparecieron otras cosas.

Una definición clásica de amor dice que es un acto de donación, un regalo. El amor así sería una acción. La creación de un artista, por ejemplo, sería un acto de amor. El poema plantea, al contrario, al amor desde la receptividad. El amor como una pasión, en el sentido de lo que padecemos, como afección. No una actividad que llevamos a cabo, sino de aquello que se lleva a cabo en nosotros, el trabajo del amor, en la pasividad. El amor, dice el autor, comió: su nombre, su identidad, su retrato. El amor comió todo. En este caso, el amor no da, sino que quita. Nos quita todo. Pero quitando, mordiendo, comiendo, nos da libertad. La libertad de no tener identidad, ni día ni noche, ni invierno ni verano, ni miedo a la muerte. El amor nos quita y en ese acto nos da lo único que puede darnos: a sí mismo. Nos llena de él, y de ahí que cuando se termina tengamos esa sensación de vacío: porque nos había vaciado todo ya desde antes. Igual, ¿quién dice que el amor se termina? El amor es esa capacidad de amar, en este caso de recibir, que tenemos por el hecho de existir, y es relativamente independiente del “objeto” de nuestro amor (aunque nos cuesta convencernos de esta idea). Como sea, el amor, al sacarnos todo y al darse sólo a sí mismo, también y al mismo tiempo nos ata, nos ata a él, a la única cosa a la que debemos atarnos. En el amor no somos libres, pero la experiencia amorosa nos libera de todo. Salvo del amor, claro. No somos libres, pero “hay” libertad. Escribo esto y pienso en una frase de Kerouac que recuerdo de memoria, “ay, el ejército entero de cosas y de absurdas ilusiones y la entera historia y locura que erigimos en lugar del amor único, llevados por nuestra tristeza”.  También me viene Spinoza a la cabeza, con su idea de amor a Dios. Por último, no sé por qué, ahora mismo se me aparece Calamaro cantando que no se puede vivir del amor. Pienso, tiene razón. Pienso también: es una frase realista. Y luego me pregunto: Calamaro tiene toda la realidad a su favor, pero ¿qué seríamos sin eso que sucede en paralelo a la realidad, de lo cual el amor es uno de los mejores ejemplos? Sin eso, la realidad misma nos comería por completo. Y la realidad, hasta ahora, no parece tener mucha generosidad que digamos, como la tiene el amor, que a cambio nos da libertad; lo que sí tiene la realidad, y de sobra, es la mezquindad de sacarnos todo, sin dar nada.  

Abajo, el poema en cuestión.

 

Los tres mal-amados (1943)

El amor comió mi nombre, mi identidad, mi retrato. El amor comió mi partida de nacimiento, mi genealogía, mi dirección. El amor comió mis tarjetas de presentación. El amor vino y comió todos los papeles donde yo escribí mi nombre.

El amor comió mis ropas, mis pañuelos, mis camisas. El amor comió metros y metros de corbatas. El amor comió la medida de mis trajes, el número de mis zapatos, el tamaño de mis sombreros. El amor comió mi altura, mi peso, el color de mis ojos y de mis cabellos.

El amor comió mis remedios, mis recetas médicas, mis dietas. Comió mis aspirinas, mis ondas cortas, mis rayos-x. Comió mis tests mentales, mis exámenes de orina.

El amor comió en la biblioteca todos mis libros de poesía. Comió en mis libros de prosa las citas en verso. Comió en el diccionario las palabras que podrían juntarse en versos.

Hambriento, el amor devoró los utensillos de mi uso: peine, afeitadora, cepillo de diente, cortaúñas, navaja. Hambriento todavía, el amor devoró el uso de mis utensilios: mis baños fríos, la ópera cantada en el baño, el calentador de agua de fuego muerto pero que parecía una usina.

El amor comió las frutas servidas sobre la mesa. Bebió el agua de los vasos y las vasijas. Comió el pan de propósito oculto. Bebió las lágrimas de los ojos que, nadie sabía, estaban llenos de agua.

El amor regresó para comer los papeles donde irreflexivamente yo volviera a escribir mi nombre.

El amor royo mi infancia, con dedos sucios de tinta, cabello cayendo en los ojos, botas nunca engrasadas. El amor royo el niño esquivo, siempre en los rincones, y que rasguñaba los libros, mordía el lápiz, andaba en la calle pateando piedras. Royo las conversaciones, junto a la bomba de gasolina de las cuadrículas, con los primos que todo sabían sobre pájaros, sobre una mujer, sobre marcas de autos.

El amor comió mi estado y mi ciudad. Drenó el agua muerta de los manglares, abolió la marea. Comió los manglares crespos y de hojas duras, comió el verde ácido de las plantas de caña cubriendo los morros regulares, cortados por las barreras rojas, por el trencito negro, por las chimeneas. Comió el olor de caña cortada y el olor del aire salado. Comió hasta esas cosas de que yo desesperaba por no saber hablar en verso.

El amor comió hasta los días todavía no anunciados en los calendarios. Comió los minutos  adelantados de mi reloj, los años que las líneas de mis manos aseguraban. Comió el futuro gran atleta, el futuro gran poeta. Comió los futuros viajes alrededor de la tierra, los futuros estantes alrededor de la sala.

El amor comió mi paz y mi guerra. Mi día y mi noche. Mi invierno y mi verano. Comió mi silencio, mi dolor de cabeza, mi miedo a la muerte.

Músicas para maridar letras

Canción: Mensagem De Amor-13387

Artista: Lucas Santtana

Álbum: Mediamuv